sábado, 4 de octubre de 2008

1888. Siete padres para Jelimo. Charles Kibiwot Bungei, de 62 años, profesor de la Escuela Secundaria de Koyo: yo soy el padre, todo el mundo lo sabe



La vida de Pamela Jelimo ha dado un giro de 180 grados en estos últimos meses. Antes de agosto, cuando consiguió en Pekín el título olímpico de los 800 metros, y sobre todo después de haber ganado en septiembre el premio gordo de un millón de dólares en la Liga de Oro, muy pocas personas estaban interesadas en su vida y en la de su familia. Hoy, en cambio, hay siete hombres que afirman ser su padre y cientos de otros que le han pedido matrimonio.
Es obvio que este cambio en cuanto al «interés» que ha despertado su persona lo ha producido la nueva condición económica de la atleta keniana, teniendo en cuenta que la mayoría de los 35 millones de habitantes de este país viven con un dolar al día.
La aparición de los pretendientes a marido es lógica. Para explicar el de los siete padres hay que remontarse bastante atrás, hasta cuando la madre de Pamela, Esther Roda Cheptoo, era casi una niña.
Padre y madre a la vez
Según una costumbre de la tribu Nandi -que habita al norte del Valle del Rift, la zona que más campeones ha dado al mundo del atletismo- a la que pertenecen, cuando una familia no tiene más que hijas, una de ellas debe asumir el papel del «hombre» de la casa y se tiene que hacer cargo de los mayores de la familia (padres y abuelos), del ganado y de todos los problemas que surjan en la casa. Su estatus le permite tener hijos, pero no puede casarse porque es «un hombre». Si tiene hijos no existe la figura del padre oficial y se asume sin problemas que pueda cambiar de pareja con asiduidad.
Este fue el papel que se le asignó a Esther Roda Cheptoo, quien tuvo así nueve hijos. Pamela fue la tercera.
Roda siempre quiso que Pamela tuviese estudios, aunque fuesen mínimos. Pero la pobreza de la familia era grande y cada uno de ellos tenía asignada una misión para intentar subsistir y ayudar a la familia. En este caso, Pamela era la encargada de vender la leche de la vaca que tenían.
Así adquirió muy pronto una madurez impropia de su edad (el 19 de diciembre cumplirá 19 años), que le ha servido para poder enfrentarse en las pistas a atletas mucho más veteranas que ella.
Además de estudiar, su madre se empeñó también en que hiciese atletismo -«de la pobreza se sale corriendo», es un eslogan muy utilizado en estos países- y pronto destacó en las categorías júniors. Esto le permitió entrar en la policía, donde ganaba 5.000 chelines kenianos (68,40 dólares).
Hoy todo ha cambiado. Pamela se ha convertido en la primera mujer keniana campeona olímpica, en el primer atleta keniano en ganar la Liga de Oro -en 1999 fue descalificado Bernard Barmasai (3.000 metros obstáculos) cuando aseguró en una radio que había convencido a su compatriota Kosgei para que se dejase ganar en una carrera- y sus ingresos de esta temporada llegan casi a los cuatro millones de dólares. Es por esto por lo que ha sido recibida con honores de heroína en la aldea Kaptomok Koyo Nandi, donde habita su madre, y por lo que le ha concedido el Gobierno de su país una gratificación de 50.000 dólares y un pasaporte diplomático. La época del hambre y de las penurias han pasado ya a mejor vida.
Y por esta capacidad suya de convertir en oro todo lo que toca es por lo que han salido a la luz los hombres con los que ha podido tener relaciones su madre.

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